La casa se despluma entre tantas entradas y salidas como si los personajes hicieran estallar una bomba que tira las paredes abajo cada vez que se instalan en  escena. La comedia es aquí una opción vehemente, el resultado de temperamentos que le demandan a su cuerpo una extroversión tan antinatural como verdadera. 

Allí están Nina y Lautaro ensayando un biodrama en el living. Segurxs de no ser los personajes de La Gaviota de Antón Chéjov pero desesperadxs por invocar al autor ruso. Que un joven de esta época quiera ser Tréplev solo es posible porque el mundo de referencias que imanta a estos aspirantes a actores tiene un borde ficcional y otro sentenciado por una realidad que los descarta en un rol secundario.

Lxs protagonistas, lxs dueñxs de ese mundo al que Nina y Lautaro quieren pertenecer, son un tanto mayores. Una mujer bellísima, estrella total del espectáculo y Daniel, su pareja, un dramaturgo exitoso. Ambos obturados en la repetición de fórmulas que les permitan mantener su posición y reírse de las veleidades artísticas de Lautaro. 

Porque No dejes nunca de mirarme por favor discute sobre el teatro más próximo, ese que  sucede en cualquier sala porteña y que podrá ser hermético y festivalero, pero lo hace con la inspiración que surge de los textos de Tréplev dichos al pasar en La Gaviota. Chéjov ubica a su personaje en una esfera contraria a su propia estética y lo utiliza para burlarse de las aspiraciones vanguardistas. Con astucia Bernardo Cappa parece descubrir allí donde el texto del autor ruso no buscaba la identificación sino la crítica, un resorte para cuestionar una teatralidad que siempre quiere desprenderse del realismo pero que termina decantando en un teatro que expone la propia vida como documento. 

Lo que Nina y Lautaro hacen es usar a Leonor y a Daniel como materia de su arte. No solo por el video de la felatio que Nina le realiza a Daniel como inicio de una relación sentida pero interesada, sino porque todo lo que concierne a estxs jóvenes se resuelve en una trama donde esta pareja, con una capacidad de irradiación demoledora, es convocada como una mirada ineludible y, al mismo tiempo, desafiada como influencias que sería imprescindible superar. El obstáculo está en que Nina y Lautaro, que conservan un remanente más humano, aspiran a imitar a Leonor y Daniel, que sólo se sostienen como personajes. 

Cappa convierte en verdad lo que en Chéjov quedaba en la duda. Arkádina y Trigorin podían estar fingiendo su consagración en esa finca burguesa donde nadie se animaría a refutar su simulación. Pero ese pasar en limpio a las criaturas del autor ruso a la comedia porteña contemporánea permite revelar el artificio de aquello se asume cómo real. La necesidad de Leonor de mantener su caracterización, de competir para limar la confianza de su hijo y para dominar cualquier escena que pueda incluir a Daniel y a Nina, le da a cada una de sus acciones una endeble definitiva. Es que los personajes de esta obra son seres frágiles que se estremecen cuando alguien amplifica un poquito de su ego. Imposible creerles pero en esa ausencia de verdad se construye el verosímil de la dramaturgia como el reverso de una naturalización de la representación llevada al terreno de los vínculos, donde al dolor le falta tiempo para depurar en pensamiento. En esta obra todo ocurre demasiado rápido aunque finalmente nada cambie pero el ritmo que demanda corresponde a un encadenamiento de efectos desentendidos de sus consecuencias. El texto clásico, que resuena pero que también es abandonado, propone una historia sobre esas trivialidades que los personajes atraviesan como un drama inabordable.

No dejes nunca de mirarme por favor se presenta los viernes a las 20.30 en El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960. CABA.