El piso de lujo mancillado. Donde el mundo parece de plástico, pura ilusión de millonarios, el afuera se mete para convertirlo en un asentamiento, obra maligna de ese adolescente desgarbado que habita entre el vino barato y las hojas de lechuga.

Susana pertenece a la misma clase social que ese rubiecito que la mira sin emoción. Con su ropa de mala calidad ensaya las formas de mostrarse como la empleada de la inmobiliaria eficaz y notable aunque la rabia es en ella una pasión arrebatada que la descubre distinta. El odio de clase que en Susana no está atravesado por el razonamiento de una ideología sino que responde a la certeza de no tener y no pertenecer y que la lleva a cansarse de su propia sumisión, de esa devoción por agradar, se hermana con la canción de Gloria Trevi que suena en el ringtone de su teléfono. Ella también se pone tacones, se pinta y se siente bella para dar batalla.

Como si hubiera sido rescatada de una obra del realismo norteamericano, Susana cruza la autoayuda con una determinación palpitante donde el dolor debe quedar a un costado. Ella trata de darle algún brillo a las tareas insulsas que nunca la llevarán a cumplir sus sueños. Pero no se engaña, simplemente sabe que debe apostar a la acción y obligar a Víctor a encontrar un pequeño objetivo. 

Víctor tiene cierta lucidez precoz que lo lleva a vislumbrar el fracaso como algo inevitable. El adolescente que interpreta con una intensidad serena Agustín Daulte parece un personaje beckettiano que se quedó al costado del camino.

Cuando la urgencia se detiene y la ricachona interesada en la compra del departamento sigue quemando las horas en el shopping, se establece un vínculo entre los dos protagonistas que podría entenderse como una idea moderna y un tanto brusca de ejercer la maternidad con un desconocido. Un modo de hacer algo por el otro, lo que implica para Susana, dejarse transformar en el esfuerzo por despertar a ese chico que anota sus pensamientos en hojas diminutas.

La tarea escolar sobre Bartolomé Hidalgo permite hacer aparecer en escena lo inesperado. A partir de la identificación con el poeta olvidado, con un ser sin gloria, ellxs pasan a entender que la mínima posibilidad de intervenir sobre la realidad  puede detonar la insurrección de lxs invisibles. Ese descubrimiento instituye una potencia reveladora para Susana.

La apropiación que cada unx realiza sobre Hidalgo, lo convierte en un personaje de este tiempo que ellos parecen inventar. La asimilación de esa biografía supone un aprendizaje cargado de implicancias. La historia adquiere un sentido cuando funciona como esa sacudida que les permite identificar sus pequeñas armas cuando ellxs se pensaban en el lugar de lxs vencidxs. 

Paula Marull ofrece una comicidad espontánea y empática. Ella comprende a su personaje. La risa no demuele a su criatura, la crítica está resguardada por una afectividad hacia esa mujer que tiene una relación esquiva con sus sueños pero no deja de mantenerlos al acecho y sacarlos como una espada flamante en el momento más oportuno. 

Marull expone una sensibilidad para crear personajes que en la práctica concreta de la solidaridad se enmiendan a sí mismos. Esa palabra no es en el universo de Marull una tarea para calmar la conciencia sino para activar una dinámica de los cuerpos que puede ser imparable. Cuando lxs desposeídxs se reconocen y entienden que al hacer algo por el otro crecen como correntada, la imaginación y la sabiduría afloran aún en los cuerpos y las cabezas que parecían destinadas a la pasividad.

Hidalgo se presenta los viernes a las 20 y a las 22 en El Camarín de las Musas. Mario Bravo 960. CABA.