Reseña Realizada por Melina Matire para Eclecticamente Arte.

Propuesta onírica de Ignacio Apolo, en la que el espacio liminar entre la vida y el más allá escenifica el concepto de pulsión de muerte de Freud, para hablar del fallecimiento de una mujer joven.Si te quedaran cuarenta minutos de vida, ¿qué elegirías recordar?. Esa es la pregunta que inaugura Cuarenta minutos en el país de las hadas. Un orador en escena, protagonizado por el propio director  y dramaturgo Ignacio Apolo, abre el relato. Nos cuenta que, según Sigmund Freud, el elemento fundamental de la pulsión de muerte es la tendencia a retornar al estado anterior de reposo absoluto.

El espacio que ocupa el actor, se completa luego con la presencia de Lucila, una mujer de unos treinta años y de una niña. Se encuentran en un limbo, un lugar límite en el que recuerdan la vida y se preparan para la muerte, para ese estado de reposo. A través de un relato fragmentado sabemos que la niña representa la infancia de esa mujer que se acerca a la muerte, mientras que el orador cumple también el rol de padre de ambas, en distintas etapas. Las dos cargan con la tristeza de la ausencia paterna, con la soledad, con el descontento por el propio cuerpo. En la repetición de frases y gestos se encuentra aquella secreta complacencia del sujeto, con el sufrimiento de sus síntomas, que advirtió el famoso psicoanalista en los años ’20. Las mujeres bailan, ríen, se angustian, se prenden y se apagan, en movimientos reiterativos que tienden a la compulsión. Mientras tanto el narrador, atril por delante, expone los rasgos fundamentales de la teoría freudiana.

Hay cierto goce en ese volver a pasar por los mismos lugares y recuerdos que generaron sufrimiento. Repasan de esa manera los huecos que dejaron marcas en la memoria y en la piel. Sin embargo, en la figura de la niña es donde se posa la luminosidad del relato. Su andar sincero y desprejuiciado otorga frescura a la trama, y funciona como contrapunto de la joven que cuenta los minutos para el final. La pequeña interactúa con una tablet, baila y canta canciones contemporáneas, lleva ropa de moda y utiliza un lenguaje actual. En cambio, la imagen de Lucila aparece, por momentos fragmentada, a través de fotografías y filmaciones viejas que se reproducen en escena en una tv con videocasetera. Dos momentos de una misma vida, el comienzo y el fin, representados por las dos actrices. Una historia que podría suceder en cualquier época, si no fuera por algunas referencias a este presente.

Pero no sólo se recuerdan aquellas huellas dolorosas. También hay lugar para rememorar el primer amor, los primeros pasos, la sensación de libertad al correr, los abrazos de los padres, aprender a andar en bicicleta.

Lejos de tratarse de una obra melancólica y oscura, la propuesta nos sumerge en la consciencia total de la propia muerte, para rescatar todo aquello que quisiéramos recordar si tuviéramos sólo cuarenta minutos de vida.

 

Ficha técnico-artística:

Actúan: Maia Lancioni, Luna Apolo Álvarez e Ignacio Apolo

Coreografía: Aymará Abramovich

Música: Federico Marrale

Vestuario: Maricel Aguirre

Maquillaje y FX: Soledad Horan

Espacio e iluminación: Félix Padrón

Edición: Agustín Obregón

Cámara: Julia Lucesole

Diseño gráfico: Agustín Obregón

Prensa y difusión: Carolina Alfonso

Producción: Lucila Chedufau

Colaboración en dramaturgia y dirección: Lucila Chedufau

Dramaturgia y dirección: Ignacio Apolo

Funciones: domingos 18 hs

Sala: El camarín de las musas (Mario Bravo 960, CABA)

http://www.elcamarindelasmusas.com/

Entradas: $300 (entrada general) y $240 (jubilados)

2×1 para menores de 30 años y Club La Nación