Corazón moscovita

Hace unas semanas leí varias veces una nota de Eduardo Velasco que hablaba sobre la precariedad de las salas alternativas madrileñas. Resumía el panorama así:

"Hagan las cuentas: ¿Es posible producir un espectáculo con 10 personas en el escenario y 1 técnico en una sala con un aforo de público de 60 como máximo al 50% de taquilla después de restarle el 21% de IVA y el 10% de autores a la recaudación? La mayoría de las veces incluso los actores tienen que autofinanciar la producción poniendo dinero de su bolsillo. Empiezan a darse casos en los que estamos pasando de trabajar gratis a pagar por trabajar. Porque os garantizo que llenar una sala que tenga 60 butacas de aforo no es nada fácil con la gran oferta que hay hoy en día. A mi personalmente, me supone un estrés tener un fin de semana libre e intentar ver el trabajo de otros compañeros, es imposible verlo todo por tiempo y por dinero. Otro día hablaremos también de esta moda de hacer cosas para que nos veamos entre nosotros mismos, a veces tengo la sensación de que estamos convirtiendo el teatro en una boda de pueblo, donde si no vas a la de tu vecino, éste no irá a la de tu hijo".


Insisto en que la leí varias veces. Me costaba disociar las contradicciones. Por un lado, saber que hay más de cien salas independientes en la capital de España, me sorprendía y alegraba. Por otro, leer que allá y acá, los políticos presumen de una oferta cultural que no favorecen, me invitaba a aceptar que la cosa está mal hecha y peor entendida en todos lados. Y sin pretender consolarme con "mal de muchos..." quería, me esforzaba, en ver dónde comienza a pudrirse todo. Obviamente, no lo conseguía. El párrafo de Velasco bien podría describir el panorama porteño. La única diferencia que se aprecia sobrevolando el Atlántico es que en España la precariedad es reciente y acá viene de hace tanto que pareciera endémica. Para el caso español parece que hay unas cuantas iniciativas que ayudarían a mejorar el panorama. Medidas que implican modificaciones legales y económicas. Suenan bien y hasta posibles (recomiendo que lean la nota, es breve y muy clara), y si acá se aplicaran medidas similares todos estaríamos mejor, por supuesto. 

Hasta ahí me daba el esfuerzo aplicado a la razón. Después, como siempre, venía el corazón a revolverlo todo y la experiencia de diez años en Buenos Aires a despeinarme la sensatez. Porque no. Porque por más parecido que suene panorama, su consistencia no puede ser más distinta. Porque sabemos que cualquier precariedad europea acá nos da risa. Porque "pagar para trabajar" en el teatro independiente acá es el pan común. Y siempre fue así, dicen. En diez años acá no he hecho más que producir mis propias obras y rodearme de equipos talentosos que aceptaron trabajar conmigo sin cobrar, ni de lejos, algo parecido a lo que su trabajo merecía. Lo hacemos todos. Y no por amor al arte. Con suerte es por amor a esa gente con la que elegís laburar. Eso ya es mucho y compensa esta subsistencia de "economía bizarra", como dice Kartun. También lo hacemos porque estamos convencidos de que el movimiento se demuestra andando, de que para hacer hay que hacer. Solo así te equivocás lo suficiente como para aprender algo. Lo hacemos porque somos muchos y en el medio de tantos la locura de nuestra causa individual se torna colectiva y se llena de sentido. 

(Che, Kodama, permiso, parafraseo a tu chico ahora). Me siento más orgullosa de las obras que he visto, que de las que he hecho. Siempre fue la obra de algún otro la que me recordó qué es el teatro, cuánto puede hacer por mí y qué valor tiene para el mundo. También fueron obras ajenas las que me dieron ganas de actuar o dirigir. Ojalá mi humilde aporte haya logrado algún instante así para alguien. Sea como fuere, nunca olvido lo que escribió Ure, el teatro es pese a nosotros. No nos necesita. 

Todo esto viene a lo que sigue. Moscú Teatro. 

Moscú es un espacio que hicieron posible Francisco Lumerman y Lisandro Penelas hace ya varios años. Primero fue escuela itinerante, luego ubicó sede en Villa Crespo y este año el espacio dio el paso de sumarse a la larga lista de salas independientes de esta ciudad desmedida. Una más. Una más que funciona a pulmón y que se mantiene por el trabajo intensivo, obsesivo y amoroso de sus creadores. Una más que se nutre de sueños y subsiste le pese cuánto le pese al sistema. Una más a la que muchos tardarán años en llegar porque hay tantas, tanto, por todos lados... 

Conociendo Moscú escuela, recomendándola por la calidad de sus docentes, escuchando la satisfacción con la que los alumnos se forman, habiendo observado su crecimiento progresivo y dedicado en los últimos años, estas últimas semanas fue un placer asistir como público a los últimos estrenos de sus directores. El amor es un bien, de Lumerman y El amante de los caballos, de Penelas. Entre las infinitas posibilidades de su creatividad, se dio esta hermosa conjunción. Dos piezas exquisitas que habitan y transforman lo que hasta hace nada era un aula demostrando una vez más que el hecho teatral, cuando sucede, es un prodigio que solo precisa de hacedores. Entiéndase, todos los ingredientes están presentes: hay texto, escenografía, luces, música... pero en realidad todas esas cosas parecieran estar ahí solo para recordarnos que podrían no estar y el milagro acontecería de igual modo. Las dos propuestas son lo que en música sería piezas de cámara, obras para un grupo reducido de instrumentos. En este caso, actores. Afinadísimos todos. 

El amor es un bien, versiona Tío Vania contextualizando en la inmediatez el conflicto y la fragilidad de sus personajes. El elenco - Manuela Amosa, José Escobar, Diego Faturos, José María Marcos y Rosario Varela - mantiene organicidad coral asumiendo las fracturas impuestas desde la dirección al verosímil para explorar una teatralidad próxima y despojada que se permite dialogar con el público, generando una poética intimista donde somos, por momentos, una suerte de confesor de sus desvelos. 




En El amante de los caballos, Penelas adapta un relato de Tess Gallagher y lo convierte en un unipersonal donde Ana Scannapieco vuelve a fascinarnos con la creación de una criatura que encarna la síntesis de un árbol genealógico dominado por las pasiones. Una mujer que asume y trasciende el pasado de su padre y su abuelo. Sirviéndose de una gestualidad codificada y sutil la actriz consigue mimar y mimetizar la esencia de un caballo. No hay traducción que haga justicia a lo que logra, así que los invito a verla. 

Por esas interferencias que se producen entre la poesía y el sistema, las funciones de El amante de los caballos se están presentando hasta el momento como ensayos. Las idas y venidas en el trámite de la cesión de los derechos del cuento de Gallagher llevan casi un año de confusión y peregrinaje al que, afortunadamente, Penelas, contactando en persona con la agencia de la autora en Londres, está por poner fin. Dada la complejidad geográfica, bancaria y existencial que caracteriza este punto del planeta, parece que finalmente un pariente del director que vive en Alemania podrá hacer que la autora reciba la plata que le corresponde en su cuenta. Menciono el periplo porque no resulta para nada menor que el profundo deseo de crear una obra propia a partir de un cuento de otro implique el esfuerzo de ahorrar en dólares para pagar los derechos pertinentes y, además, enfrentarse a un estreno oficial postergado durante meses por fallos de la matrix. Nos consolamos del desvarío kafkiano pensando que estas cosas, seguro, también pasan en España. 

Me consta que el proceso creativo de estas dos obras ha sido largo y que su realización tiene más que ver con la suma de múltiples deseos e intenciones que con cualquier posible recompensa económica. El pago de horas de ensayo para los actores se llevaría, sin duda, gran parte de cualquier presupuesto de producción. Estoy segura de que Lumerman y Penelas se encuentran más que felices al poder presentar en sala propia el fruto de tantísimo trabajo. Son infinitos y, en ocasiones, muy frágiles, los factores que determinan que obras como estas vean o no la luz. 

Sintámonos afortunados. Por poder verlas en esta ciudad, en este país, en este mundo. Demos gracias porque hay mucho creador irreductible dando vueltas, luchando por sobrevivir, para que todos podamos recordar, cada tanto, una vez más, qué era lo que merecía la pena de todo este quilombo. Eso sí,  mientras agradecemos, sigamos pensando cómo logramos que nuestro trabajo sea tan digno como cualquier otro. Todos los trabajos en todo el ancho mundo. 


El amor es un bien

Actúan: Manuela Amosa, Jose Escobar, Diego Faturos, José María Marcos, Rosario Varela
Diseño de escenografía: Gonzalo Córdoba Estévez
Diseño de luces: Ricardo Sica
Diseño gráfico: Martín Speroni
Asistencia de dirección: Ignacio Gracia
Prensa: Luciana Zylberberg
Producción ejecutiva: Zoilo Garcés
Texto y dirección: Francisco Lumerman

Sábados 23h y domingos 17.30h


El amante de los caballos

Sobre textos de: Tess Gallagher
Actúan: Ana Scannapieco
Vestuario y escenografía: Gonzalo Córdoba Estévez
Diseño de luces: Soledad Ianni
Fotografía:
Ariel González Amer
Diseño gráfico: Martín Speroni
Asesoramiento coreográfico: Sabrina Camino
Asistencia de dirección: Julieta Timossi, Ricardo Vallarino
Prensa: Luciana Zylberberg
Adaptación y dirección: Lisandro Penelas

Sábados 20.30h

MOSCÚ TEATRO
Camargo 506