Silvia Gómez Giusto viene construyendo una sólida trayectoria en las artes escénicas. Primero como bailarina: integró con Andrea Servera y Fabiana Capriotti la compañía Iguanas, formó parte del elenco de Roxana Grisntein y fue una de las chicas audaces de El rebenque show, suerte de cabaret delirado que montó junto a un puñado de talentos como Mariana Chaud, Juan Minujín y Griselda Siciliani, dirigidos por Vivi Tellas. En forma paralela, se formó como actriz y dramaturga. Actuó en varias obras y comenzó a crear sus propias piezas que dieron cuenta de este nuevo rumbo: la explosiva Suerte rota, todavía muy emparentada con la danza; luego Irreal y dos comedias conmovedoras El Origen, siete vidas y la actual India. En esta última (viernes a las 22 en Espacio Callejón, Humahuaca 3759), encaró la dramaturgia, la dirección y, a último momento, debió asumir el rol femenino principal que tiene, según confiesa, muchísimo de ella. Y sale más que airosa. 

En la obra nada está bien por más que las apariencias puedan sugerir otra cosa. Clara (Gómez Giusto) y su marido Leo (Gabriel Yamil) vuelven de un viaje a la India acaso peor de lo que estaban antes. Él con una rigidez corporal limitante y dolorosa y ella a puro nervio y queja. Nada de lo que pudieron haber experimentado en ese país exótico suavizó sus dolencias, al contrario. Retoman su mundo cotidiano y el vacío y la falta de sentido recuperan su intensidad. Los rodean Tere (Julia Catalá) y Álvaro (Guillermo Rovira), un matrimonio poblado de reproches y denigraciones aunque todo muy naturalizado y negado; la terapeuta de Clara (Paula Manzone), más preocupada por su embarazo que por ayudarla; Benita (Elvira Massa), la empleada doméstica, sin dudas la más lúcida de todos,  y Uro (Mauro Álvarez),  el yerno europeo de los amigos, que desestabiliza las cosas. Los personajes no son caricaturas, son reconocibles y hasta queribles --con excepción de Álvaro, que maltrata a su esposa con  impunidad-- y la trama avanza con dinamismo. Es que las dificultades aparecen, se despliegan y casi como con la misma incapacidad de los personajes para manejarlas, se evaporan. La escenografía cambia y la escena es otra. Haber conservado una mirada externa hasta unas tres semanas antes del estreno (cuando asumió el rol de Clara), sin dudas permitió a Gómez Giusto manejar el tiempo ágil de la comedia y resolver junto a Gustavo Coll (responsable de la escenografía) los cambios de espacio. Apenas unos pocos muebles de madera clara, modernos y netos, estilo escandinavo, se acomodan de diferentes formas sugiriendo los distintos ámbitos: el aeropuerto, una sesión de terapia, un living, un bote.

"Me puse a escribir a raíz de una viaje que hice con mi pareja y del estado de crisis en que nos puso. De esa especie de loop que genera vivir con alguien: cómo los problemas se reciclan y vuelven a surgir. El tiempo y la distancia me permitieron escribir desde el humor, reírme un poco, sobre todo cuando ves que no es tan grave ni tan terrible. Es más una queja burguesa de todo lo que quisieras que sea de una manera y no está saliendo. Clara y Leo tienen muchas cosas, el dinero no es un problema para ellos, todas sus  necesidades básicas están resueltas, pero están trabadísimos, son pura neurosis. Tienen mucha capacidad para quejarse y estar molestos. Creo que cada uno tiene su dolor y cuesta ver cómo acompañarse con las dificultades de uno y del otro. No creer siempre que el problema es externo", comenta a Página/12 la autora y directora, responsable también de la dirección artística de Vicente López en Escena, festival de teatro en espacios inesperados, y curadora del ciclo de teatro y seminarios York en Escena, ambos para la Secretaría de Cultura de Vicente López. Otros temas que la movilizaron y que aparecen en el espectáculo son el dolor físico, la paternidad (la pareja protagónica no pudo tener pero la pareja de amigos tiene una hija que les genera más temor que amor) y los pequeños problemas burgueses como la renuncia inesperada de la mucama.

--La empleada aparece como el personaje más consciente de todos, quien tendría más recursos para comprender las cosas y para defenderse…

--Benita es la verdadera psicoanalista de la obra. La que podría quejarse porque tiene una vida realmente dura y sin embargo no lo hace. Acciona, dice casi sin filtros, pone límites, se vuelve a Formosa y termina de desarmarlos. Mientras que Clara es pura cabeza: cree que pensando y analizando va a poder resolver las situaciones y Leo somatiza todo. En un momento, Javier Daulte, mi profesor de dramaturgia, me dice: "¿Cuándo Clara va a bajar la guardia? Está que no para desde que arrancó la obra".

--Asombrosamente, el cambio sucede mucho más cerca que en la India.

--Es que Clara encuentra a la India en Formosa. Ahí conecta con las verdaderas limitaciones y a la vez con ella misma: se pone a cocinar, retoma el contacto con su cuerpo y baila. La obra se ríe de los problemas burgueses, de lo patéticos que somos. Es una forma de hacernos cargo de esas cuestiones que cuando suceden, parece que se acaba el mundo, como cuando renuncia de la mucama o se rompe el auto. Creo que los personajes son tan negadores que de ahí viene la gracia. Tienen una seriedad para sostener las barbaridades que hacen o dicen...